No fue ninguna sorpresa la elección de Fernando Rojas Birry como personero de Bogotá. Era el candidato del Pinocho Moreno, el alcalde que continúa con la “revolución” de Lucho Garzón; era el candidato del Polo Democrático, y era miembro de una “minoría” étnica. La combinación perfecta para la fórmula ganadora revolucionaria.
A nadie parece importarle que Rojas Birry haya sido sancionado por realizar contratos irregulares, por favorecer a sus amigos y parientes y, en general, por haber abusado y cometido muchas indelicadezas que, en mi tierra, le hubieran merecido la cárcel y el tratamiento llano de indio tramposo, ratero y sinvergüenza.
Pero así es el Polo Democrático. Creen que la democracia triunfó porque el Pinocho Moreno fue elegido alcalde con el descarado respaldo de la guerrilla de las FARC, y la no menos descarada aceptación de tal respaldo por parte de Carlos Gaviria, presidente del Polo, y del mismo Pinocho Moreno. Creen los del Polo, que la democracia consiste en aceptar el respaldo del las FARC y luego correr a lavarse las manos y a pedir que liberen a los secuestrados, como si ellos no tuvieran que ver nada con los secuestradores.
Creen los del Polo Democrático, y hablo de las bases ignorantes, que democracia es que Gustavo Petro, Lucho Garzón y demás compinches vuelen en primera clase a asolearse las nalguitas al Mediterráneo mientras que a sus votantes no les alcance sus míseros ingresos para nada más que calentarse la pobreza con una veladora puesta al Divino Niño del 20 de Julio.
A los ingenuos del Polo los han amaestrado para que piensen que si el indio Rojas Birry pudo robar el erario público, es porque “él también tiene derecho a robar, como los ricos”, y que este robo, por ser Rojas Birry, un indio, el autor, no es más que un grito de rebeldía e independencia frente a los atropellos de los conquistadores españoles de hace más de 500 años.
Y Rojas Birry se hace el pendejo con todas las críticas que recibe por su reciente pasado vergonzoso. Pone cara de minoría étnica y achica más los ojitos para que parezcan de un indígena compenetrado con el cosmos, hijo del jaguar y la anaconda; se deja las mechitas por la frente y pone la misma sonrisa solapada que pusieron aquellos que traicionaron a su pueblo cuando, en 1530, guiaban a los españoles hacia el saqueo y la matanza de sus hermanos. Por algo es del Polo.
Mientras tanto, el resto de los bogotanos tiene que callar ante el peligro de ser acusados de “perseguidores de minorías”, “paracos genocidas de indios”, “peones del imperio”, etc., y han tenido que aceptar que un bribón como Rojas Birry sea precisamente el encargado de vigilar que no se cometan las irregularidades y las componendas que él mismo cometió con dineros públicos. El Pinocho Moreno y el Polo pusieron a un ratón a vigilar a los otros ratones para que el queso alcance para todos ellos.
Digan lo que digan, la genética nos muestra que algo se hereda; y a mí me da mucha pena con Sammy, el Pinocho Moreno, pero tiene que reconocer que su abuelito era un ratero dictador y asesino.
Ahora salen a decir que las matanzas de la Plaza de Toros y la de las marchas de estudiantes fueron “leyendas urbanas”. Y seguramente así se dirá dentro de algunos años con la masacre del Palacio de Justicia, cometida por guerrilleros del M-19 (al cual pertenecieron Petro, Navarro, Leon Valencia (por afinidad) y otros vergajos que ahora pontifican sobre moral y derechos humanos); dirán que tal masacre fue una “leyenda urbana” inventada por la oposición. Y los del Polo creerán.
Algo se hereda, pues, según las leyes de la genética, y el Pinocho Moreno –la verdad sea dicha- no tiene cromosomas buenos para que abriguemos la esperanza de que haya algo rescatable en él. Su madre, la Capitana María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, fue un maléfico cerebro en la dictadura de su padre, Rojas Pinilla; su padre, el viejo Moreno Díaz, es reconocido por los mismos furibundos anapistas, polistodemocráticos y mamertoides de todas las vertientes, como un cerebro gris, un hombre perverso y un instigador detrás de todas las masacres que cometió la dictadura de Rojas Pinilla. Y ni hablemos de su hermanito, el senador Iván Moreno que hizo maravillas en Bucaramanga que incrementaron el patrimonio familiar de los Moreno Rojas.
Por supuesto, a los fanáticos del Polo esto no les importa. Como tampoco les interesa que Lucho Garzón y el Pinocho Moreno se hayan puesto de acuerdo para atracar a los bogotanos con el famoso impuesto a la valorización, solo hasta después de las elecciones para que, obvio, nadie votara en contra del Polo. Tampoco les importa que el Pinocho Moreno les haya dicho que no iba a cobrar más impuestos y que ahora nos quiera cobrar hasta el alumbrado público; tampoco les importa que le haya entregado Bogotá al hampa guerrillera; ni mucho menos que esté haciendo lo necesario para privatizar las calles de Bogotá y entregárselas a sus amigotes de la oligarquía de izquierda y derecha.
Tampoco dicen nada por el hecho de que las FARC hayan apoyado su candidatura con la certeza de que –al igual que pasó con Pastrana- la guerrilla esté cobrándose el favorcito. Mucho menos chistan al enterarse que el Pinocho Moreno, un nené de mami, haya decidido echar reversa a la decisión de Enrique Peñalosa de convertir el Country Club en un parque público. A Sammy le parece que 100 riquillos necesitan más de las cientos de hectáreas para jugar al golf, que millones de pobres que no tienen donde llevar a sus hijos porque hasta el Salitre está privatizado, suerte que correrá también el Parque Simón Bolívar en manos de la “revolución”. Sammy Moreno decidió que lo más sabio era dejar que El Country siguiera aumentando su valor en manos de sus compañeros del San Carlos y del Rosario; decidió que sus amigotes de Safaris africanos y vacaciones en Mónaco tenían más derecho a esparcimiento que los paupérrimos que votaron por él. Aunque la última palabra todavía no la tiene él.
A nadie parece importarle tampoco que Sammy haya nombrado a una ficha de la banca internacional, el BID, primo hermano del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, para manejar las finanzas públicas de Bogotá. Yo creo que en el chanchullo de la financiación del Metro, donde va a robar hasta el gato, el BID accedió a prestar dinero solamente si se siguen sus pautas. Y para asegurar el cumplimiento de éstas, exigió nombrar a Ricardo Ortega en el gabinete del Pinocho Moreno. Por algo también está allí Mónica de Greiff, quien manejó las finanzas de la campaña Samper cuando entraron dineros del narcotráfico a ella. Mónica de Greiff –por si no recuerdan- es hija de Gustavo de Greiff, amigo de Ernesto Samper y socio de los Rodríguez Orejuela cuando hacía muchos años que ellos habían confesado que eran narcotraficantes. Y a todo el mundo le parece de lo más normal que semejante personaje haya sido nombrada, como premio a su gestión en la campaña Samper Presidente. Sigue Abel Rodríguez, ficha de FECODE (el sindicato de maestros controlado por la guerrilla), otro sinvergüenza bajo cuya égida pulularon los asesores fantasmas en la Secretaría de Educación, los contratos raros para hacer colegios donde no había necesidad, el bautismo de colegios con nombres de guerrilleros, en una clarísima apología al delito en las mentes influenciables de nuestros hijos a quienes nos vemos obligados a entregar para que algunos maestros les inculquen a la fuerza y mediante persuasión, que los héroes de la patria han sido Bolívar, el Mono Jojoy, Marulanda, Cano, Petro, Navarro, Monoe leche, pata ‘e sopa, caricortao, carae’puño, sietemuertos, Hugo Chávez y demás camaradas.
El gabinete de Sammy tiene muchas más perlas, con personajes que no tienen Hoja de Vida, sino prontuario, pero lo más triste es que además está la aberración de que los organismos de control sean manejados por los mismos podridos del Polo. Todo completico para que esta administración sea mucho más infecta que la de Lucho Garzón.
Lo peor, como dijo Jaime Garzón, es que yo no estoy en esa rosca. Si estuviera, tendría que ser cómplice. Claro que tendría recompensas como jugar al golf con el Pinocho Moreno y la parranda del San Carlos, asistiría a cocteles con los dueños del país, me darían contratos multimillonarios con el Distrito, haría el saludo secreto del pulgar con los de la logia de expresidentes, haría que nombraran a mi dilatada parentela como asesores fantasmas en las Secretarías del Distrito. Y si fuera gay, tendría muchísimas más prebendas; podría montar un lupanar en Chapinero o en la Primero de Mayo, zona recién entregada por Samuel Moreno a las mafias de la prostitución, la droga, el abuso de menores, el atraco y el narcotráfico.
Mejor, sigo en la minoría inteligente, aunque sea peligroso. Porque hablar de estas cosas hace que a uno lo amenacen, lo persigan, lo injurien, le secuestren los hijos, lo declaren objetivo militar acusándolo de paraco, asesino de motosierra, José Obdulio, de haber sido quien atentó contra el periodista Coronell, de anticlerical, de antirrevolucionario, y de muchas otras cosas que el tiempo y la paciencia me impiden recordar.
Lo más triste es que quienes somos objetivos de guerra de la izquierda mamerta y pecueca, no tenemos protección del Estado. El Gobierno de Uribe Vélez parece estar más dispuesto a cuidar y premiar a guerrilleros desmovilizados y a paracos redimidos que a ciudadanos que, como yo, no tenemos deudas de sangre, secuestro ni horror con la sociedad.
Y es que aquí se premia a los asesinos mientras se castiga a las víctimas. Y nadie dice nada porque prefieren el cómplice silencio a ser suicidas por causas perdidas.