Ésta, como todas las cantinas ubicadas al frente de un cementerio, se llamaba ‘La última lágrima’, porque en ella se trataba de ahogar en licor, las penas propias de la muerte de seres queridos.

Sentados en la mesa más cercana al mostrador, Alberto y Radovan trataban de consolar a Álvaro, quien dolorido se quejaba porque el administrador se negaba a fiarle aguardiente.



En cambio el anterior administrador no sólo le fiaba aguardiente, sino también balas para el revólver calibre 38, que siempre cargaba en la pretina.

Álvaro alegaba ante sus amigotes, que George Walker el anterior capataz, no sólo le prestaba y le regalaba cosas, sino que por su incondicionalidad, hasta lo había condecorado varias veces.

Cierto es, dijeron sus compinches, a nosotros también nos condecoró, no Johnny Walker, sino el propio padre de George Walker.

Mientras tanto Álvaro pulía con la manga del saco una medalla dorada que colgaba encima de la corbata, en la que podía leerse, ‘honor al mérito, por haber evitado que su país se convirtiera en una narco república’.

Viéndolo bien, dijo Radovan, otro que a mí me dio medallas fue Bill, es más, me prometió que nunca me iban a enjuiciar y véame ahora, en qué trabajos estoy para esquivar al Tribunal de La Haya.

Eso no es nada, replicó Alberto, a mí, ambos, George padre y Bill, además de medallas y promesas me prestaron todo el dinero y el apoyo que les pedí, pero ahora me colocaron a elegir entre una pena de 25 años de cárcel en mi país o en La Haya.

¡Ya no se diga más!, refunfuñó Álvaro, cuando comenzó a molestarse por tantas comparaciones, que lo llevaron a pensar, que su medalla era apenas oropel; tristeza que lo obligó a soltar una lágrima.

Alzando su copa, Radovan dijo, ¡nada de sentimentalismos! Y propuso un brindis por tiempos mejores.

Álvaro apuró su trago, pero siguió ensimismado y echado encima de la mesa… así, no se dio cuenta que sus amigos, Fujimori y Karadzic se fueron, porque lo creyeron dormido.

Hasta que de verdad se durmió y como siempre, lo asaltaron las pesadillas. En el fondo escuchaba una letanía, primero más fuerte y luego más débil, que decía, ‘tigre, elefante, león… pedimos la reelección’.

Desfilaban primero los menos santos, Chuqui y Pachito, enarbolando un cartel que decía Bloque Capital.

Cuando llegó el turno de los Ministros, abrió la procesión el de Gobierno con una imagen de Don Mario, seguido por el de Hacienda que cargaba una estatua de Doña Rocío Arias.

Detrás iba el General Montoya con un estandarte de Don Berna, secundado por el ex Comisionado de paz repartiendo estampas del extraditado Tuso Sierra.

A la carrera se integró a la marcha, el Secretario de prensa del Presidente, quien profusamente regalaba lapiceros, llaveros y botones con la fotografía de David Murcia García (DMG).

Entre quienes recibían los obsequios, llamaba la atención que en la fotografía, Don David aparecía con un ancho esparadrapo tapándole la boca y con los ojos brotados.

Llegado a este punto, Álvaro entre dormido, gritó: ¡Otra vez DMG! ¡Nooooooooo!