El egiptólogo inglés Howard Carter llevaba más de quince años trabajando en prospecciones arqueológicas en Egipto, pero lo motivaba una vieja obsesión. Encontrar la tumba de un desconocido faraón de la dinastía XVIII, de quien tenía sólo una referencia: un anillo en el que leyó por primera vez su nombre: Tut-Ankh-Amun, que traducido equivale a “más que nunca está vivo Amon”.
Financiado por un mecenas llamado Lord Carnarvon, Carter se abocó a la búsqueda de la tumba de este faraón en el lugar conocido como el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922 sus trabajadores descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta de una tumba, que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta de la tumba, que había permanecido oculta durante más de tres mil años. Carter introdujo una vela y vio, según sus palabras, “cosas maravillosas”. Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del joven faraón (su momia correspondía a una persona muy joven y de rasgos delicados).