Infortunadamente, hay que repetirlo una y otra vez. Lo que se firmó fue el fin del conflicto armado entre la mayor guerrilla de Colombia y el gobierno colombiano, lo que de hecho significa que los actos de violencia por cuenta de este grupo insurgente, cesaron. Tal situación disminuyó la violencia en el país y las estadísticas lo confirman.

Pero la paz como tal no se consiguió ni se conseguirá como una meta a la que se llegará para gozar de un país con ríos de leche y miel donde todos viviremos felices y comeremos perdices. Este estado ideal sólo existe en los terrenos de la filosofía y la religión, pero en la vida práctica es imposible de conseguir.

La paz, en primer lugar es un estado de bienestar en permanente construcción, dado que responde a momentos históricos, circunstancias cambiantes, valores individuales y sociales, fracasos y aciertos. De igual manera, su construcción es colectiva, es decir, todos estamos comprometidos en hacerla realidad con nuestros actos cotidianos.

Por tanto, hoy, mañana, dentro de un año, diez, una o varias generaciones, seguirán existiendo actos de violencia. Lo que importa es su disminución y que con ello el anhelo de una paz relativa se cumpla en el día a día en nuestra comunidad, protegidos por nosotros mismos y nuestras instituciones.

Hoy, los factores de violencia son los restantes grupos guerrilleros y la delincuencia común a los que hay que combatir con las fuerzas armadas estatales. La lucha contra el crimen organizado es permanente.