| Denunciante Constante 
|  Respuesta: Bosnia - Herzegovina: el fútbol después del horror
Edin Dzeko, el bombardero que creció entre bombas  En los días de la niñez, Edin Dzeko entendió que el horror sonaba y despertaba con sus ruidos. En Sarajevo, territorio de desintegración y de dolores cotidianos, las bombas resultaban una presencia hostil y frecuente. La Guerra de los Balcanes fue esa guerra que no le resultaba propia, pero que sus oídos registraron para siempre. Se quedó sin casa. Una de esas bombas que hacían mucho ruido destruyó su hogar. Lo contó varias veces: tuvo que vivir con sus abuelos y, allí, apretado con otras catorce personas en menos de 40 metros cuadrados. Alrededor de él, todos los días o casi todos, se morían conocidos, amigos, familiares y gente que, por su edad, le acariciaba la cabeza diciendo dos palabras: "Suerte, niño".
El después de la guerra lo tuvo como protagonista de un milagro. Decían que el físico lo favorecía, pero nadie confiaba demasiado en él. A los 13 años, acordó contrato con el Zeljeznicar, equipo de pueblo, de hombres vinculados al ferrocarril. Tuvo una virtud que aprendió entre dolores: sin constancia no hay paraíso ni goles ni vida.
Hace ocho años lo contrató el Teplice por una cifra que ahora vale -quizá- cada uno de sus goles para el Manchester City: 50.000 euros. En la Liga checa, sus goles, su altura, su presencia, su cara de joven dispuesto a todo. Era el grandote del equipo con sus 194 centímetros, pero resultaba también un futbolista técnico capaz de que un tiro libre se transformara en golazo para recorrer el mundo a través de la televisión.
Felix Magath -ese alemán que también era mago- tomaba decisiones en el Wolfsburgo el día en que advirtió que el muchacho de Sarajevo tenía mucho para ofrecer. Cuatro millones de euros costó su pase. Y así, por esa cifra, llegó a la Bundesliga. Fue un acierto: un equipo periférico se transformó con su llegada. En 2009, los gigantes del fútbol alemán se rindieron a sus pies: El Diamante Bosnio -como lo llaman- llevó al Wolfsburgo a su único título en la máxima categoría de Alemania. El, dueño de milagros en otros días más traumáticos, había sido el principal motivo de este otro milagro, el deportivo. Cuentan desde Alemania que se rompieron las manos por aplaudirlo. Y que sus goles durarán para siempre en el recuerdo de cada disfonía feliz.
Ahora, Edin juega en el Manchester City. Allí llegó en 2011, en tiempos de relanzamiento de la institución. Y fue valioso. Con él, con Sergio Agüero como socio y con Pablo Zabaleta como ocasional capitán, el equipo celeste se subió al pedestal del fútbol inglés. Obtuvo tres títulos (una FA Cup, una Premier League y una Charity Shield), marcó goles que todavía habitan y habitarán la memoria del City of Manchester. Ahora, ya lo sabe, será rival de la Argentina de Messi en el estreno mundialista.
Pero hizo algo más grande que lo que las grandes Ligas retratan: Edin fue Edin. Llevó a la Bosnia de las bombas a ser la Bosnia orgullosa de su primera participación mundialista. En las Eliminatorias, aportó diez goles en ocho partidos para que por primera vez su país accediera a una Copa del Mundo. En los festejos en Sarajevo, no se escuchaban los estallidos hostiles que lastimaron su niñez. En las calles, hombres de distintas religiones, con caras felices, se iluminaban las caras con luces sin ruidos. Cuentan que Edin, ese día, sintió que había vuelto a nacer gracias a un montón de goles.
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