De cómo un ama de casa se vuelve multimillonaria, planchando.

por Heráclito

La historia parece sacada de un texto de los hermanos Grimm. Trasladémonos al siglo XVIII, a una pequeña granja en Rehoboth, Massachusetts, en el Estado de Nueva Inglaterra. Vemos a Mary Peck Butterworth, un ama de casa de 34 años, planchando la ropa de sus siete hijos.

La estancia es pobre, en el fogón no hay sino un caldero con algunas raíces cocinándose. El niño más pequeño llora, otros dos pelean a la entrada y una de las niñas peina a la menor. La cara de la madre tiene el signo de la resignación.

Uno de los niños suelta un grito y la madre suelta la plancha sobre un periódico y corre a la entrada. Encuentra a su hijo en el suelo, llorando. El otro dice que él no tiene la culpa, que su hermano se resbaló.

La mujer los regaña a ambos y regresa a seguir planchando. Pero al retirar la plancha ve que el contenido del periódico ha quedado impreso en una de las camisas. Pensativa volvió a hacer lo mismo con idéntico resultado.

En ese momento se le ocurrió que quizás podía hacer lo mismo con uno de los billetes que recién se habían emitido en la colonia británica sobre un papel en blanco, pero los resultados no fueron buenos. La impresión era débil y arrugada o el papel se quemaba por exceso de calor.

Pero la experiencia hace al maestro. Intentó con todo tipo de materiales hasta que sus enaguas usadas le brindaron el molde adecuado. En la muselina rígida estaba el secreto y bastaba pasar la plancha no muy caliente sobre el papel y luego afinar los detalles con una pluma de ganso.

La impresión igualaba a la de los primitivos billetes, aparte de que en ese tiempo a nadie se le hubiera ocurrido falsificarlos por lo que ponerlos en circulación en su vecindario fue una tarea de niños. En todas partes se los recibían así que compró todo lo que había anhelado en su vida.

Pronto toda la familia se volvió experta en esta fábrica de billetes y los revendedores hicieron su agosto, Compraban a mitad de precio los billetes y todo el mundo contento, excepto la economía de Nueva Inglaterra que resultó gravemente afectada así como el control de las finanzas coloniales.

Pero la ambición rompe el saco y Mary que no se cansaba de comprar toda clase de lujos, decidió adquirir una de las mansiones más lujosas del lugar, y la pusieron a nombre de uno de sus hijos para despistar a las autoridades.

Pero en una inspección rutinaria de los empleados de impuestos, uno de los cuñados de Mary fue interrogado por el origen del dinero para esta compra suntuosa. Luego hicieron lo mismo con Mary, el hijo que aparecía como propietario y uno de los revendedores de los billetes. Presa de los nervios, confesaron su delito.

El juicio fue celebrado en 1723, pero el fiscal no pudo probarle nada a Mary ya que había quemado las piezas que le servían de molde. Así que fue absuelta de todos los cargos y, obvio, de regreso a la libertad volvió a las andadas.

Las crónicas cuentan que Mary siguió imprimiendo billetes, esta vez con mayor cuidado y con ayuda de toda la parroquia que vivió una prosperidad sin precedentes. Sólo se retiró de la actividad a los 88 años, poco antes de fallecer, más rica que nunca.

Definitivamente, una ama de casa muy industriosa y trabajadora.