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Lord Mago
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Predeterminado Respuesta: Para leer, reflexionar y sacar conclusiones: PENA MÁXIMA, UN JUICIO AL FUTBOL COLOMBIANO.

Continuación Capítulo II



Rumania

En su libro Maturana, talla mundial, el técnico de la Selección habló sobre el primer rival de nuestro país en el Campeonato del Mundo. Opinó sobre lo que podía ser Rumania, no de lo que podía hacer Colombia frente a ese equipo. Se refirió a dos asuntos muy importantes:

“Rumania es un equipo con muy buenos jugadores de fútbol. Allí encontramos a Hagi, quien estuvo en el Real Madrid y en algún tiempo fue considerado corno el Maradona del Este. Juega Popescu, cuya experiencia en muchos países es notable. Encontramos a Saban y a Dumitrescu, cuyas referencias como rendimiento individual son muy buenas, porque han sido importantes siempre en sus clubes especialmente en el Estrella de Bucarest, que es el cuadro base de esta Selección. La suma de sus individualidades les permite pensar que en cualquier momento pueden hacer una fiesta. Por otra parte, la tradición muestra que los rumanos no tienen suficiente continuidad y que presentan muchos altibajos de rendimiento. Sus jugadores no tienen la entereza suficiente para ser permanentemente superiores y brillantes.

Si nos los topamos en su día de inspiración, la pelea va a ser muy complicada. Si están en un punto bajo, son accesibles. Para nuestro esquema Rumania se acomoda bien. Manejan el toquecito, lo que ayuda al ordenamiento de Colombia y eso anticipa que puede resultar un bonito partido. Que tiene el agravante de ser el juego de arranque y uno nunca sabe qué cosa le pueda pasar, cómo se van a manejar todas esas angustias y las emociones. Pero es difícil, tanto para ellos como para nosotros. Si fuera un partido en circunstancias normales, sin estas presiones, puedo anticipar que debería ser un reñido juego, pero nadie puede predecir lo que resulte en ese ambiente del estreno en el Mundial. Hay un ingrediente muy determinante, nuevo, que va a marcar bastante, como es el asunto de los tres puntos al ganador. Ello puede voltear el cariz de los partidos del comienzo, cuando todo el mundo suele ser tímido. Pero ahora, con tres puntos por delante, que significan una ventaja muy importante que todo el mundo quisiera tener a la mano desde el primer día, se van a plantear esquemas mucho más aguerridos y difíciles”.

Sobre el tema de los tres puntos Maturana había hablado ya en diciembre 17 de 1993, cuando terminó el sorteo de los grupos en Las Vegas. Dijo en aquella ocasión, palabras más, palabras menos, que esa nueva reglamentación no provocaría muchos cambios y que, por el contrario, podía ser perjudicial para el espectáculo. Primero, porque habría equipos que saldrían al terreno decididos a no perder. Segundo, porque aquel cuadro que convirtiera un gol, muy probablemente lo defendería con uñas y dientes para adjudicarse los tres puntos. Con el tiempo cambiaría de opinión.

La noche anterior al debut los jugadores fueron objeto de un pequeño homenaje en el que se les condecoró. Asistieron la plana mayor de la Federación, el equipo y don Julio Mario Santodomingo. Todos sentados en la misma mesa. Todos alrededor del mismo tema. Esa noche fue de calma y de ansiedad, tanto en Los Ángeles como en Colombia. Hernán Darío Gómez recordó su cábala, vieja cábala, de tomarse unos tragos la noche anterior a los encuentros importantes y Francisco Maturana se encerró en su habitación. La alineación se conocía de tiempo atrás -Córdoba, Herrera, Perea, Escobar, Pérez, Gómez, Álvarez, Rincón, Valderrama, Valencia y Asprilla-, lo mismo que las indicaciones del técnico. En la última charla que precedió al juego, Maturana volvió a decirles a los jugadores que no podían regalar las espaldas. Que mantuvieran intactos los 30 metros de distancia entre el primero y el último hombre, pero que jugaran cerca de Córdoba. Era ésta una de sus mayores preocupaciones: que el equipo no diera espacios atrás.

Pero no fue así. Los colombianos salieron a apretar a los rumanos contra su arco, convencidos de que eran superiores. Y dieron ventajas atrás. Ese error, con un calor asfixiante, superior a los 35 grados centígrados, y con un equipo rápido enfrente, fue el suicidio. Los rumanos aprovecharon dos contraataques, una genialidad de Hagi y se fueron adelante 2-0. Sobre el final de la primera fase Adolfo Valencia le devolvió a la tribuna colombiana un poco de aliento con un gol de cabeza. Nadie lo había presupuestado: después de los primeros 45 minutos, Colombia perdía con Rumania 2-1. Los 15 minutos de descanso fueron una pesadilla. Gritos, objeciones, insultos, recriminaciones… En ese lapso se gastaron muchas de las energías que más tarde hicieron falta. Y se gastaron sin que dejaran nada en claro, que fue lo peor.

Cuenta la historia que 18 años atrás, en la final del Mundial de 1978, los argentinos habían llegado al descanso después de los 90 minutos reglamentarios, que habían finalizado 1-1 frente a Holanda, en la misma tónica. Se gritaban, se peleaban. Entonces los llamó César Luis Menotti y les dijo: “No griten, no peleen más, miren a los holandeses, están acabados. Pasémosles por encima y guardemos las energías para ganarles de una vez”. Ganaron 3-1 y, la verdad sea dicha, arrollaron a los holandeses en los 30 minutos del suplemento. La Selección Colombia jamás conoció esa anécdota. En la segunda parte del juego contra Rumania la desesperación llevó al caos. Valderrama gritaba y regañaba, pero nadie le hacía caso. Asprilla se repetía en la misma manía de intentar la jugada salvadora él solo. Leonel Álvarez corría y luchaba por todas partes, pero parecía que no tuviera compañeros. Rincón dudaba cada vez que le llegaba la pelota: las advertencias de su brujo lo habían predispuesto por completo. Y Óscar Córdoba, a esas alturas, ya era un manojo de nervios.

Los minutos se diluyeron entre la angustia y el desorden. Rumania supo aprovechar las circunstancias y, a pocos minutos del final, en otra genialidad de Hagi y merced a otro contrataque, marcó el 3-1 definitivo. (Ese tercer tanto, lo mismo que el primero, fueron obra de Radiociou). A las seis de la tarde de aquel sábado 18 de junio de 1994, la Selección Colombia de fútbol a mostrar su verdadera catadura. Entonces el equipo ya no fue más el grupo unido, la familia unida de la que tanto se habló. Un resultado, un solo resultado adverso, derrumbó al equipo. Lo desmoronó. Un marcador en contra resucitó las mentiras que se habían tapado, los errores que se habían cubierto. Y volvieron a aparecer los mismos viejos temas desiempre. Fútbol y narcotráfico, fútbol y periodismo, fútbol y dirigentes deportivos, fútbol y preferencias… y el resultado de todas esas esas mezclas. Todo el veneno guardado por meses y años salió a flote en el instante más candente. Y contaminó hasta a los más inocentes. El grupo, que de grupo no tenía nada más que apariencia y el nombre, se rompió. Por un lado Valderrama, Valenciano, Mendoza, De Ávila; por otro, Valencia y Rincón; por otro los de Nacional… Ante tal fraccionamiento el equipo se quedó sin líder. Surgió un líder por cada grupúsculo que se formaba. Yo no me hablo con éste; éste no le dirige la palabra a aquél; aquél no se entiende con el otro; el otro no quiere saber de ninguno. Después del fracaso Gabriel Briceño, del Diario Deportivo, comentó: “La cosa fue tan grave que salieron a la luz cuestiones que nadie se imaginaba, como la resistencia de casi todo el equipo hacia Barrabás Gómez. Hasta Maturana estaba en desacuerdo con su inclusión. Lo incluía porque Hernán Darío Gómez, en la Copa América de Ecuador, había amenazado con irse si lo excluían. Después, los resultados se dieron y Maturana tuvo que aguantarse a Barrabás. Pero en la Selección no lo querían, y uno de los que más se opuso siempre fue Valderrama. En muchas ocasiones se enfrentaron ellos dos”.

Los días que le siguieron al partido con Rumania fueron un auténtico bazar en el Marriot de Fullerton, un atentado contra la disciplina. Briceño anota de nuevo: “Una de esas tardes fuimos al hotel a pedirle a Rincón que nos diera su artículo para el periódico. Él tenía contrato con Diario Deportivo, nos daba las notas y nosotros se las pasábamos, las enviábamos a Bogotá. Nos tocó esperar hasta la noche porque él estaba de mal genio. Nos dijo que después de la comida nos atendía y nosotros esperamos. Por ahí nos encontrábamos cuando vimos a Aristizábal con dos amigas que hablaban español con acento costeño. Charlaron con él 20 ó 30 minutos y se fueron a un rincón. Él subió por las escaleras y bajó con Asprilla. Se presentaron, hablaron más tiempo y ellos se fueron al comedor. Las dos niñas seguían ahí. Hacia las nueve y media de la noche ellas se marcharon. A los pocos minutos salieron ellos. A las 10 y 45 de la noche, cuando nos fuimos, no habían aparecido. Y a las diez de la noche ya todos tenían que estar en sus habitaciones. Era la regla. Diego Barragán registraba los cuartos a esa hora para verificar que todos estuvieran”.

Esta es sólo una de las tantas historias que se cuentan de lo que aconteció en Fullerton. Hay mil versiones parecidas, con los mismos protagonistas y con otros. Además, ya en este punto poco importan los nombres o las circunstancias. Hubo una verdad en Fullerton: la autoridad estaba hecha añicos antes del crucial compromiso que los colombianos tenían que disputar ante Estados Unidos el miércoles 22 de junio. El ánimo se había roto en mil pedazos después de la derrota frente a los rumanos. Los jugadores ya ni creían en Francisco Maturana ni les importaba lo que él dijera. Fue el martes 21 en la tarde cuando Maturana dijo que el equipo estaba destruido porque Carlos Valderrama había perdido su liderazgo. Y fue el martes 21 en la noche cuando decidió que Adolfo Valencia no iría de titular ante los norteamericanos. Esta decisión volvió a encender la polémica que se había callado tiempo atrás.

Hernán Peláez y Edgar Perea calentaron el ambiente con frases directas contra el entrenador y el tema Valencia-sí, Valencia-no, provocó airadas reacciones. El técnico no dijo nunca cuáles eran las razones que tenía para excluir al jugador y al periodismo tampoco le importó conocerlas. Por eso la distancia entre Maturana y los periodistas se hizo cada vez mayor. Hoy se sabe la verdad: lo sacó del equipo titular por sus reiteradas faltas disciplinarias. Peláez, Perea y compañía creyeron que la decisión había sido netamente futbolística. Otros hasta se atrevieron a decir que había sido una “sugerencia” del cartel de Cali . Dijeron que a Valencia lo habían sacado de la titular para que jugara De Ávila por “sugerencia” del cartel de Cali, pues así se valorizaría el samario. Pero, ¿acaso se puede valorizar un jugador de fútbol que anda por los 30 años? ¿No hubiera sido más razonable para los partidarios de la valorización interceder por Harold Lozano, a quien el público pedía a gritos y quien, por razones de edad, sí podía valorizarse? No. La lógica indicaba que la razón por la cual Adolfo Valencia había sido marginado de la titular para el juego ante Estados Unidos no pasaba por los predios del cartel de Cali. Sin embargo, la lógica es enemiga acérrima de algunos periodistas. Y el rumor de la “sugerencia” hizo camino.

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God let me die with my sword in my hand...

Haber caído tanto y no haber aprendido nada – ese es tu fracaso.


Es bueno conocer la historia para que no se repita... Aquí, los primeros tres capítulos del libro "La Pena Máxima, un Juicio al Fútbol Colombiano".
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