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Lord Mago
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Predeterminado Respuesta: Para leer, reflexionar y sacar conclusiones: PENA MÁXIMA, UN JUICIO AL FUTBOL COLOMBIANO.

Continuación Capítulo II



Preparación para la derrota

La primera gira de la Selección concluyó en Estados Unidos con un empate y una victoria: 2-2 ante Corea y 2-0 frente a Bolivia. El juego con los bolivianos fue de simple trámite. Nada para rescatar. El de Corea fue distinto. Porque los coreanos (también con varios suplentes) desnudaron a Colombia; pusieron al descubierto la lentitud de algunos jugadores. Y del esquema en general. La estructura de Colombia estaba determinada por futbolistas que superaban los 30 años. Y con edades así era muy difícil armar una táctica basada en la movilidad, como lo requiere el fútbol moderno.

Ante Corea, los colombianos estuvieron perdidos la mayor parte del tiempo. Salvaron un punto (como si los puntos importaran en esa fase), en parte, gracias al orgullo de ciertos hombres (Andrés Escobar, Leonel Álvarez, Barrabás Gómez), en parte, gracias a esa dosis de suerte que acompañó al equipo en los partidos de fogueo. O de ‘mala suerte’, mejor. Porque Colombia toda, feliz por mantener un invicto ficticio, no supo ver los errores. Y no los supo ver ni encontrar por los resultados positivos. Frente a adversarios de segunda y tercera línea era lógico que se ganaran los partidos. Como era lógico también que no hubiera fallas. Mentira tras mentira. La segunda parte de la preparación para el Mundial fue una de las más grandes graves mentiras del fútbol colombiano a través de su historia.

Y ahí también se equivocó Francisco Maturana al ceder de nuevo, como antes, con Asprilla. Cedió a los intereses del patrocinador -Bavaria-, que necesitaba más juegos para que su publicidad luciera más. Y cedió a los de la Federación, que buscó más partidos para recaudar más dinero. No fue capaz de decir: “Estos dos encuentros, o estos tres, no los necesito. No están de acuerdo con el plan que nos trazamos desde comienzos de año”. Le faltó la personalidad que le exigió días después a Carlos Valderrama. Le faltó el temple para imponer al fútbol sobre el dinero. Tanta autoridad perdió, y tanta fue la comercialización del equipo, que desde aquella segunda gira los futbolistas marcaban un gol y debían ir a una esquina a celebrarlo con el dedo índice levantado. (Cobraban 300 dólares por tanto marcado). Una exigencia más de los patrocinadores, que necesitaban hacer comerciales con el equipo para vender un producto.

En realidad, un caso único. No hay un solo antecedente al respecto en más de 100 años de historia futbolística. “El gol es todo en el fútbol. Es sentir que vivís, que hacés parte del mundo. Y en medio de todo, que sos exclusivo en ese mundo. Son muy pocos los que tienen la oportunidad de hacer goles. Por eso todo lo que rodea al gol es sagrado. La pelota en la red, el grito del estadio, el arquero vencido… Yo no sé cómo describir un gol. De pronto, es como encontrar en un segundo el sentido de tu existencia. Sentir que ese es tu destino. Que para marcar ese gol naciste. Y después, la celebración… Ahí, en ella, te encontrás con la felicidad. Cara a cara. Y sacás todo lo que tenés dentro. No se le pueden poner leyes o reglas a la celebración. Es como matar un poco al fútbol”. Unos años atrás, en 1978, el argentino Mario Kempes definía el gol y la celebración de esta manera.

Estaba en contra de una medida de la FIFA que impedía a los futbolistas celebrar con libertad. A Colombia el dinero la llevó incluso a prostituir la celebración. Como prostituyó su camiseta en mayo de 1993, durante un partido de preparación para la Copa América de Ecuador. En El Campín, ante 60.000 aficionados que querían disfrutar de su equipo, Colombia salió a la cancha con un letrero en la franela que decía: ‘Bavaria’ (hacía unos días esa empresa había firmado un contrato con la Federación Colombiana de Fútbol). Lo increíble y anecdótico de la historia fue que nadie, ni en la Federación ni en el equipo nacional, sabía que la Fifa tiene rotundamente prohibido utilizar un aviso comercial en el uniforme de una Selección, así sea para jugar amistosos. A los pocos días de aquel encuentro ante Chile, la FIF A multó a los colombianos por haber violado la norma.

Pero no todo lo del patrocinio fue negativo. Es cierto que tuvo injerencia en los partidos de preparación; que pagó para que los jugadores celebraran con el dedo levantado; que utilizó la camiseta para vender. Pero también es cierto que elevó el nivel social y económico de los futbolistas; que gracias a ese patrocinio, Colombia dejó de alojarse en hoteles de segunda categoría; que facilitó absolutamente todos los implementos que el equipo necesitaba; que pagó desplazamientos sumamente caros; que promovió al grupo en todas las formas posibles. En fin, gracias a aquel contrato, el fútbol colombiano se instaló en un escalón en el que jamás había estado antes. Y los errores no hubieran sido errores si alguien hubiera tenido la suficiente personalidad dentro del equipo (léase cuerpo técnico y directivos) para decir no. Pero la historia ya se escribió. Y esas son las historias que hay que analizar para, algún día, cambiar “la historia”.

No es en 90 minutos ni con una victoria. Es con muchos errores y con mucha crítica, sobre todo con mucha crítica y análisis, que se construye. Aquella última fase de preparación terminó de la peor manera, aunque los diarios y noticieros continuaran en su labor de desorientación. Los jugadores sintieron que el país estaba rendido a sus pies. Y empezaron a mandar. ¿En qué punto estaba por mayo del 94 la autoridad de Francisco Maturana? Para la primera semana de aquel mes, la Fedcración había firmado un partido ante la Cremonese de Italia en Neiva. En realidad, daba igual que se jugara o no. Ese encuentro no iba a cambiar el rumbo de la situación.

La cambió la actitud de los futbolistas que, liderados por Valderrama, decidieron no ir a aquel compromiso. Una pequeña rebelión interna a las puertas del Campeonato del Mundo. Y otro pésimo precedente. A esas alturas, hay que volver a preguntarse: ¿En qué punto estaba la autoridad de Maturana? ¿Quién era el que mandaba en el equipo? ¿Él? ¿ Hernán Darío Gómez? ¿Valderrama? ¿Asprilla? ¿Los dirigentes de la Federación? ¿Los patrocinadores? ¿Otras personas? El partido, se sabe, jamás se jugó. Round para los futbolistas. Se jugaron muchos otros: la suma total de encuentros de preparación llegó a 22. Ningún equipo de los que llegaron al Mundial tuvo tantos. Uno bueno, ante el Bayern de Munich en Bogotá. Otros regulares y, el resto, pésimos.

Sin embargo, la prensa se encargó de engañar al país. Vendió, por ejemplo, al A.C. Milán que enfrentó a Colombia como el verdadero A.C. Milán, cuando apenas era un cuadro de suplentes que, fuera de eso, había jugado la noche anterior al partido con los colombianos. En otras palabras, el Milán que igualó 1-1 con Colombia en Miami llegó ese día procedente de México, descansó tres horas y se marchó al estadio a cumplir con el empresario. Y aún así le causó problemas a Colombia. Sería bueno recordar que cuando el marcador estaba 1-1 el árbitro no sentenció un legítimo tanto del cuadro italiano. Fue ese el partido que desató la polémica con Pelé, todo porque O’ Rei osó decir que los colombianos estaban muy ‘sobradores’. En las revistas, en los periódicos y en los noticieros censuraron las palabras del brasileño.

Hasta llegaron a enrostrarle que él, en sus tiempos de jugador, era sobrador. Una cuestión que no se puede discutir. Algunos dirán que sí, otros dirán que los lujos, que realizó se los inventó por necesidad -por ejemplo, aquel ocho en el Mundial de México al uruguayo Ladislaw Mazurckiewicz o aquel disparo desde media cancha contra el portero Ivo Víktor, de Checoslovaquia. ¿Qué necesidad podía tener Pelé de decirles a los colombianos que no fueran sobradores? ¿Acaso era miedo? ¿O un consejo de buena fe? Habría que interrogar a todos los que lo atacaron por cometer el ‘sacrilegio’ de criticar a Colombia. De alguna manera, los hechos de junio del 94 le darían la razón a Pelé. Y a todos los que, como él, se atrevieron a expresar que Colombia no era perfecta.

El último compromiso de preparación enfrentó a Colombia con el Palmeiras de Brasil. Fue en Pereira, el 12 de junio de 1994. Con el estadio repleto y el presidente César Gaviria como espectador. Desde el comienzo el juego fue difícil. Palmeiras no fue al Mora Mora de paseo. No era ni la cuarta división de Nigeria ni el Frankfurt Eintracht ni un combinado centroamericano armado a última hora. Los colombianos, con la línea titular que debutaría seis días después en el Mundial, no encontraban la fórmula. Los brasileños apretaban en todos los sectores y creaban peligro adelante. Pero ni siquiera los árbitros quisieron aliarse con la verdad. La Federación designó a Jorge Zuluaga para que dirigiera aquella despedida colombiana. Y Zuluaga metió la mano. Se inventó una falta dentro del área visitante y expulsó a tres brasileños. Así, de un solo golpe, se acabó el examen más serio para la Selección Colombia. El encuentro finalizó 4-1 a favor del local. Otra ocasión para que los medios de comunicación echaran a volar el globo de la ilusión. Otra oportunidad para que los apostadores confirmaran sus intuiciones, para que los hinchas soñaran con un imposible, para que los desprevenidos creyeran en lo que se les vendía, para que los ‘vivos’ hicieran plata. Y otra oportunidad, también, para que los jugadores aumentaran su poder.

Nadie sabe la razón, nadie la entiende tampoco. Pero esa noche quedaron libres. Tres días de permiso a menos de una semana de un Mundial. Tres días de permiso que los juiciosos aprovecharon. Y los disipados también. Dicen que Faustino Asprilla hizo de las suyas en Tuluá. Y ‘de las suyas’ es casi todo lo que la imaginación desee. El marres 14 de junio la Selección Colombia se subió a un vuelo directo de Avianca que la llevó, sin escalas, a Los Ángeles. Con ella abordaron periodistas, directivos, hinchas, familiares y curiosos. Los mismos personajes de Barranquilla y de Buenos Aires iban a Los Ángeles. El optimismo era de 1O puntos sobre 1O. Nadie dudaba del éxito.

“Era como si el Mundial fuera cuestión de jugarlo y nada más. Como si fuéramos a ganar sólo con salir a la cancha. Antes del juego en Buenos Aires, ante Argentina, había temor, ese temor que siempre siente un jugador de fútbol antes de salir al campo. No sé… yo me sentí extraño los días que precedieron a la Copa del Mundo. Como si flotara. No entendía por qué no sentía nervios, no entendía por qué mis compañeros estaban tan serenos. Era una rara sensación”. El jueves 7 de julio, Oscar Córdoba le confesó a un amigo, en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, lo que había sentido antes del torneo. Ese día llegó a Colombia, mucho tiempo después que sus compañeros de equipo. En Los Ángeles, el optimismo se transformó en convicción. En certeza. La autoridad de Francisco Maturana terminó por extinguirse. Igual que el cariño que alguna vez había sentido por algunos de sus dirigidos. Un desorden total en el momento más importante. Un desequilibrio anímico que nadie previó. Una lucha de vanidades que nadie controló. Estaban por comenzar el fracaso, el absurdo, el papelón. Todo eso que se labró durante un año o más. Todo ese producto de la ignorancia. Todo ese producto de la insensatez… el reflejo de lo que es el país.

***

A ese hombre le habían roto su ilusión más grande. Por eso estaba allá, en el último rincón del vestuario. Rodeado de gente pero solo. Más solo que nunca. Las voces las escuchaba sin oírlas. Las sombras las percibía sin distinguirlas. Su mente repetía una y mil veces las escenas que acababan de terminar. Los gritos de la tribuna, las órdenes de sus compañeros, las voces de aliento que llegaban desde el banco. En cámara lenta repitió los goles que nunca fueron y los que fueron, los gestos de indolencia que lo rodearon, los pases equivocados. Con los ojos enterrados en el piso, con las manos temblorosas de rabia, dejó que la película concluyera. Hubiera querido permanecer allí toda la vida. Pero un grito lo obligó a continuar: “Leo, nos vamos. Dúchate que esto ya se acabó”.

Se duchó, sí. Y el agua de la regadera y el agua de su cuerpo se le confundieron. Igual que los sentimientos que lo desbordaban. Por momentos se abstraía de la realidad y llegaba a convencerse de que todo era una pesadilla. Por momentos entendía que era estúpido jugar a los duendes, y regresaba al partido. Partido de locos, partido de mierda, partido fatal. Algunas frases se le aparecieron, vagas, repentinas. Y algunos rostros. No supo cuánto tiempo estuvo ahí, bajo el agua. Ni cuánto se demoró en salir del estadio. Cuando volvió a sentir que era él, estaba frente a una cámara del noticiero CM&. Intentaba hallar respuestas para lo que había ocurrido. Y se tragaba muchas verdades.

Tenía la voz quebrada. Nunca antes en su vida se le había quebrado la voz ante una cámara. Nunca antes había querido decir tantas cosas. Pero se las calló. Fuera de cámaras apenas dijo: “A algunos habría que romperles la cara. Es lo que se merecen”. Después de sus palabras cortadas guardó silencio. Juró silencio. Y se marchó. Esa noche, la del 22 de junio de 1994, fue la última noche de fútbol para él, si se entiende al fútbol como debería ser: pasión y alegría, lucha y honor, entrega y sentimiento… Nunca antes había sentido tanto dolor y tanta impotencia dentro de una cancha. Nunca antes había sentido tanta decepción en la vida. Cuentan que esa noche no durmió. Ni habló. Ni peleó. Simplemente, recordó.

Esta es la historia de un fracaso. La historia amarga de un equipo de fútbol que se creyó Campeón del Mundo sin haber ganado nunca antes nada, sin haber hecho siquiera algunos méritos para estar entre los opcionados. Esta es la historia de un país que les creyó a sus periodistas todo lo que dijeron, todo lo que ocultaron, todo lo que exageraron, todo lo que mintieron. La historia de una sociedad descompuesta que jamás admitió un error, que vio en el fútbol la salvación, la alegría y la paz. La historia de unos cuantos, de muchos, que quisieron hacerse ricos con el talento de otros. Esta es la historia de una ilusión que terminó en muerte. La historia del olvido, de la ingratitud, del rencor, de la envidia. O la historia de Colombia a través de una pelota de fútbol.

El final de ella comenzó a escribirse el 14 de junio de 1994, cuando la Selección arribó a Los Ángeles. Desde entonces comenzó a arrastrar opinión. En un país indiferente por ese deporte, llamaba la atención que tanto inmigrante armara escándalo por un equipo. Banderas, música, pitos, fiesta… De vez en cuando, por las desoladas calles de la ciudad, pasaba una caravana colombiana haciendo sentir su alegría. Las pelucas amarillas y ensortijadas que identificaban a Carlos Valderrama también identificaban a Colombia. Nunca antes tan favorita, nunca antes tan protagonista, nunca antes tan limpia de la negra imagen con que se le conoce. Colombia y sus 35 millones de habitantes eran un puñado de hombres que, por su fútbol y con su fútbol, borrarían antiguos pecados.

El equipo se alojó desde aquel martes en el Hotel Marriot de Fullerton, una de las innumerables ciudades de la ciudad. De ahí al estadio Rose Bowl, para entender las distancias, un automóvil gasta una hora y media, por autopistas impecables y sin trancones. En bus habría que calcular tres, o más. En el mismo hotel de la selección se hospedaron los directivos, algunos periodista, muchos aficionados y también muchos norteamericanos.

Los primeros dos días en USA-94 fueron de armonía, de bromas, de buen clima y de optimismo. Los jugadores hablaban con la prensa y con los hinchas, cuando y cuanto querían. Ya Francisco Maturana empezaba a hacer ciertas distinciones. Hablaba para sus periodistas amigos -Fabio Poveda, César Augusto Londoño, Esperanza Palacio, Carlos Antonio Vélez-y para la prensa extranjera. Casi la misma exclusividad en el trato que mostraba con algunos de los futbolistas. En agosto del 93, en plenas Eliminatorias, Iván René Valenciano había dicho que Maturana no se preocupaba por ellos, que Hernán Darío Gómez era el que siempre estaba detrás del equipo, averiguando, aconsejando, motivando. En Estados Unidos aquella tendencia se confirmó. Maturana fue una especie de relacionista público; Gómez, el verdadero técnico.


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God let me die with my sword in my hand...

Haber caído tanto y no haber aprendido nada – ese es tu fracaso.


Es bueno conocer la historia para que no se repita... Aquí, los primeros tres capítulos del libro "La Pena Máxima, un Juicio al Fútbol Colombiano".
Lord Mago no está en línea   Responder Citando
 
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